Belén Fernández
Llanos y Leonora Contreras Beniscelli
Este
trabajo se hace algunas preguntas en el marco de una experiencia concreta, el
Taller de Narrativas Pedagógicas, llevado a cabo entre marzo y mayo de 2014 en
el Museo de la Educación Gabriela Mistral de Santiago de Chile. La iniciativa
puso en práctica la metodología llamada Documentación Narrativa de Experiencias
Pedagógicas (DNEP), aprendida en la ciudad de Buenos Aires durante el año 2013,
al alero del Nodo Quilmes. . La DNEP es una estrategia de
investigación educativa que busca contribuir a la producción de conocimiento
sobre la escuela, pero de manera no escindida de sus sujetos: los profesores.
Es un proceso individual y colectivo de indagación autobiográfica que consiste
en narrar de manera escrita una experiencia vivida por el profesor en su
contexto de enseñanza. Se invita a la/el maestra/o a escribir en base a una
consigna. En este caso hubo dos: “¿Cómo llegué aquí?” y “Ese día en la
escuela”. A partir de la premisa las profesoras escribieron. Luego se abrió un
espacio de comentarios a sus textos, en donde
se produjo un diálogo rico en ideas y vivencias, y por sobre todo, se
generó un proceso de identificación con la otra, pues muchas docentes viven
experiencias similares a lo largo de su carrera. Muchas de las experiencias
narradas no son del todo felices. Escribieron sobre conflictos, frustraciones,
limitaciones burocráticas, falta de recursos, cansancio, incomprensión de cómo
relacionarse con los estudiantes, enfermedades, etc. Otras veces, por cierto,
se contaron logros, situaciones de cambio, vínculos afectivos, confirmaciones
de que la docencia es lo que saben hacer y lo que aman. Sea como sea, feliz o
no la experiencia narrada, en los textos se mezclan el saber estrictamente
profesional, con el saber práctico y las emociones implicadas en el quehacer
pedagógico.
Una vez que las profesoras
recibían los comentarios de sus pares al texto, procedían a reescribirlo
seleccionando, incorporando y profundizando en ciertos aspectos del escrito que
a la luz de los comentarios adquirían una nueva dimensión para la profesora
autora. Suele pasar que el docente, quien tiene “adentro”, en su memoria, la
vivencia narrada, advierte nuevos rasgos de ella y da espacio a nuevas
reflexiones a aquello que a posteriori, junto a sus colegas, se deja relucir.
Por eso los textos se van transformando en sucesivas versiones hasta llegar a
la tercera. Por eso esta es una técnica
tan individual como colectiva. Por eso, también, lo textos quedan llenos de
vida, de carne y de hueso, de sentires, de alegatos, de gritos sobre lo que
pasó. Eso también se palpa en las sesiones: las maestras ríen, conversan, se
exasperan, se interrumpen, lloran, desean. Tanto los encuentros como los
escritos que salen de ellos, son pura vida y está bien que así sea. Es justo lo
que buscamos para contribuir a un espacio como la escuela, constituido por ser
humanos, pero que desde su formación
hasta sus últimas políticas de “planificación y evaluación total de lo
escolar”, han tendido a deshumanizar, descorporeizar y desalojar todo aquello que no pueda ser
dirigido y mensurado.
Al mirar esta experiencia me surgen
algunas preguntas: ¿el ejercicio de documentar
narrativamente las experiencias del aula y dialogarlas en un grupo de pares
tensiona ciertos saberes que se consideran propios de la pedagogía? ¿qué
posibilidades reviste la narrativa para producir encuentros no jerárquicos de
educación intercultural entre docentes? ¿qué de específico tiene ser
mujer-profesora y no mujer a secas? ¿qué se hizo visible o audible de la
experiencia femenina-docente a través de los textos? ¿Es la narrativa una
herramienta con potencialidades particulares de documentar sensiblemente las
experiencias de las mujeres-docentes en la escuela?
La primera pregunta, acerca
de la tensión o conflicto de estos escritos con el conocimiento formal de lo
pedagógico, surgen por algunas constataciones: la mayoría de los textos insiste
en que la “escuela” en abstracto, como institución planificada jerárquicamente
adolece de un problema fundamental y que no es un problema exclusivamente de la
escuela, sino de la sociedad. Este problema es el siguiente: la formación que
reciben los docentes en muchos casos no sirve para su desempeño real y
concreto. Lo que hacen día a día no es aquello que leyeron en manuales, clases
de didáctica y ni siquiera en sus prácticas profesionales. Lo que hacen es lo
que han aprendido en el transcurrir cotidiano porque la realidad supera su
formación y se encuentran con situaciones concretas con las lidian echando mano
a la experiencia, a la intuición, a los espectros de decisión –cada vez más estrechos-a
la selección de lo que pueden hacer. Nunca pueden hacerlo todo y eso las
frustra, las enferma, las daña. Por si eso fuera poco se encuentran con
escuelas precarias, nada parecidas a los contextos ideales en los que se basan
los mandatos gubernamentales. Por eso y a muy poco andar, las docentes advierten que lo que podrán
hacer, en realidad, es muy poco y eso en una profesión que desde su origen se
concibe como EL espacio de creación y transformación de la sociedad, las deja
en un lugar que por lo bajo puede considerarse incómodo, pero siendo más justa,
puede considerarse crítico, problemático, agobiante.
Por eso la pregunta acerca
de cómo estos escritos tensionan lo se sabe de la escuela es válida y necesaria
y la respuesta relativamente simple: en sus textos los profesores cuentan que
la escuela no es nada de lo que se dice que es.
La segunda pregunta ¿qué
posibilidades reviste la narrativa para producir encuentros no jerárquicos de
educación intercultural entre docentes? está dada por la presencia de una
docente aymara que se desempeña como Educadora Tradicional en un jardín de
infantes. Su participación en el taller hizo emerger varias dudas a las
“docentes profesionales” acerca de qué es ser maestra, qué aporta realmente la
formación docente y cómo Elena, la maestra aymara, se posicionaba como
profesora. La visión de Elena sobre el quehacer pedagógico era simple pero
inmensamente removedora, porque no se alineaba con el rol de formador técnico,
inculcador de saberes académicos. Eso generó que el resto de las profesoras
cuestionaran aun más sus propios papeles dentro del aula, ya no solo a la luz
de su propia experiencia, además ahora bajo “la educación otra” que Elena
portaba por pertenecer a una cultura indígena.
Por último, la tercera
pregunta, tiene que ver con un rasgo especial de este taller y es que, si se
han fijado, he hablado de sus participantes siempre en femenino: las docentes.
Lo que ocurrió es que solo se inscribieron mujeres. Esto no es extraño:
habitualmente son las mujeres maestras las que se sienten convocadas por este
tipo de iniciativas. Y también es cierto que la docencia se ha vuelto un campo
mayoritariamente femenino. Ante esto es que cabe preguntarse: ¿qué de
específico tiene ser mujer-profesora y no mujer a secas? ¿qué se hizo visible o
audible de la experiencia femenina-docente a través de los textos? ¿Es la
narrativa una herramienta con potencialidades particulares de documentar
sensiblemente las experiencias de las mujeres-docentes en la escuela?
Creo que la propuesta de la
documentación narrativa es una epistemología de la investigación que
desestabiliza las formas de investigar y desestabiliza la práctica del
distanciamiento en relación al “objeto” que se busca aprehender. La
documentación narrativa cuestiona este distanciamiento, esta externalización
del conocimiento, esta eugenesia aplicada al pensamiento. Como se supone que
somos seres “racionales” y aquello que nos pasa en la escuela suele ser
sensible, aquello no tiene el estatus de conocimiento. Sin
embargo, el TNP revela que la Documentación Narrativa sí es una forma de
conocer y producir una nueva idea sobre las experiencias pedagógicas. Por una
parte es un ejercicio de distanciamiento, es una representación de la vivencia,
una mediación entre lo que ocurrió y cómo lo contamos y por lo tanto, cómo lo
podemos leer e interpretar. Pero por otra parte, también es acercarnos a lo
vivido, volver a habitarlo pero con la escritura mediante desde un lugar menos
urgente que nos habilita para resolver algo que en la inmediatez fue un
problema, un nudo tenso.
En esas circunstancias en
las que nos es difícil dar soluciones generalmente quedamos carentes de
palabras. De hecho decimos “quedé muda” o “no pude hacer-decir nada”.
Reescribir la experiencia es poner esas palabras que faltaron y es un paso no
digamos a solucionar, pero sí a entender, a aprender.
La documentación narrativa tiene
entonces una dimensión sensible (o una forma sensible de narrar las
experiencias pedagógicas) nudo en donde radica, desde esta perspectiva, su
potencialidad para la construcción de un conocimiento pedagógico que
habitualmente se desprende de las prácticas y las experiencias. En primer
lugar, porque implica hacer memoria, es decir, “volver a pasar por el cuerpo”
una experiencia para poder escribir acerca de ella. La documentación narrativa
moviliza entonces, por sobretodo la experiencia. Esto es siempre un misterio, porque aunque se haya
vivido la experiencia que se relata, no es certero lo que va a ocurrir en el ejercicio de escribir.
Hay
una falsa idea de que cuando uno construye un texto escrito no está en juego el
cuerpo, pero cuando uno recuerda algo, cuando lo trae a la memoria, esto no
ocurre solo a nivel cerebral, sino que traer a la memoria siempre implica una
afectación y revivir la experiencia que es
la evocación. Cuando uno evoca un recuerdo y siente el olor -o u dolor- que sintió, es un recuerdo que
vuelve a pasar por el cuerpo. Para la documentación narrativa investigar es
consecuencia de experimentar.
La documentación narrativa produce,
entonces, un conocimiento que es por sobretodo sensible y que encuentra en el
ejercicio de la memoria su herramienta fundamental. Hacer memoria o traer a la
memoria implica volver a sentir, volver
a pasar por el cuerpo un sentimiento anterior, implica revivir experiencias
pasadas y que estas se actualicen en el espesor de la experiencia. Por eso
interpela sobretodo las formas de concebir y hacer investigacion educativa,
porque lo científico aspira a no ser sensible o a estar separado de lo
sensible; sensible entiéndase como algo que tiene que ver con los sentidos,
pero también con lo que producen los sentidos, que es la emoción. Entonces el
conocimiento ha de estar separado de lo sensible puesto que es racional y la
racionalidad es objetiva.
Pero ¿hay un vínculo inevitable entre
este ejercicio de conocimiento sensible y el “ser” mujer? Creo que no es
inevitable puesto que no es propio (en el sentido de lo “natural”) de las
mujeres. O sea, no pienso que las mujeres somos por naturaleza sensibles y los
varones no lo son. Sino que muchos hombres se marginan de las narrativas
docentes porque al implicar un conocimiento sensible se está provocando la
forma en que se ha construido la masculinidad, lo que en el fondo prueba que la
ciencia cuando responde al paradigma de la lógica, racional, instrumental que
he venido planteando y también la investigación que se enmarcada en dicho
proyecto científico, es efectivamente androcéntrica: al plantear un
conocimiento sensible y como la sensibilidad está asociada a lo femenino (a la
debilidad), los hombres se marginan, se incomodan participando de espacios en
que se movilizan deseos, secretos, frustraciones, lágrimas. Esto evidencia que
la ciencia -neutra, apolítica, dura- y la idea de producir conocimiento
científico -objetivado, concebido como una externalidad- son construcciones
masculinas. Entonces, la documentación narrativa está provocando la forma en que se construye conocimiento pedagógico cuando
este se inserta en esa concepción androcéntrica de la ciencia.
Las hermanas del perpetuo desorden
Como decía antes, sin que fuera un
requisito solo mujeres se inscribieron en el taller. A poco andar emergió la
posibilidad de reconocerse en la otra en tanto
mujer-madre-pareja-separada-docente, que permitió se compartieran vivencias en
las que se cruzan los terrenos del género y de la profesión docente como parte
de un mismo y diferenciado problema: vinculaciones entre maternidad y docencia,
el lugar de la sensibilidad en el aula, el cuerpo en la pedagogía, enfermedades
laborales, violencia escolar y cuerpo reproductivo. meinteresa entonces
preguntar ¿qué de específico tiene ser mujer-profesora y no mujer a secas? ¿qué
se hizo visible o audible de la experiencia femenina-docente a través de los
textos? ¿Es la narrativa una herramienta con potencialidades particulares de
documentar sensiblemente las experiencias de las mujeres-docentes en la
escuela?
Carolina, educadora de párvulos, bautizó
el grupo como "las hermanas del perpetuo desorden", en alusión a un
libro que leyó hace poco. “Un grupo de mujeres que desarman el mundo y lo
vuelven a construir”, dijo cuando nos contó su lectura. La referencia a las
hermanas del perpetuo desorden como nombre autocolocado habla de las relaciones
que se tejieron al interior del TNP. En la hermandad no hay una relación de competencia,
en esa hermandad podemos estar juntas y revueltas como señala María Galindo sin
sacrificar o disolver las singularidades en la grupalidad.
Respecto de los temas
tratados en los relatos del TNP emerge
una matriz eclesiástica, un rol mesiánico asociado a la pedagogía y el rol
docente. Visualizo esto en la misión de salvar a las/los estudiantes. Esta
postura mesiánica evidencia que la concepción de su rol tiene elementos de un egocentrismo docente, mediante el cual
se comprende que nuestra labor es tan fundamental que puede “salvar” a un
estudiante de su contexto, de su vida, de sus padecimientos. Esto implicaría
que cada maestra por sí sola tiene la posibilidad de “salvar” y no se trataría
de una serie de variables que tendrían que desplegarse y converger, de
condiciones institucionales y situacionales ni de posibilidades e intenciones
compartidas.
En la medida en que nos
desplazamos de la salvación a la construcción podemos liberarnos de la culpa
que sentimos cuando fracasamos, cuando un/a estudiante sufre, no surge o en
casos más extremos, cuando un estudiante se suicida. Cuando se comprende la
pedagogía como una cuestión política y, por tanto, se entiende que al hacer
pedagogía se está haciendo política, comprendemos que no se trata de salvar a
nadie sino de construir con otras/os. No se puede por tanto tampoco construir
solos/as, sino que es necesario el colectivo. Comprendemos que la pedagogía
tiene que ver con un compromiso con las/los otros sin importar quiénes sean,
para la construcción colectiva de otras posibilidades. Construcción colectiva
donde dejemos -o no se trate únicamente- de formar y es que en la idea de la
salvación también encontramos la idea de que cada uno/a se salva solo/a, y
nadie se salva solo/a.
El vínculo que he querido hacer
entre el diálogo intercultural y el diálogo entre mujeres que se gestó en el
TNP se da en tanto amas expresiones –lo indígena y lo femenino- han sido
históricamente subalternizadas en la cultura y en la escuela y en el Taller
encontraron una nueva forma de decirse y entonces una nueva forma de existir. La manera en que
se dio fue desde la hermandad –por eso Hermanas del Perpetuo Desorden- lo que
comporta una construcción colectiva, no individualizante, no jerárquica y
emotiva posibilitada por la creación de textos que permitían narrar lo no
narrado, lo no posible en la escuela, pero que, sin embargo, pasa todos los
días en ella.
(Ideas, sugerencias, contactos, amistades, críticas con amor, fraternidad escríbanos al correo belenfernandezll@gmail.com)