Arlette
Yo soy sureña y mi vida social y educativa la desarrollé por esos lados.
De mi experiencia como estudiante y pre - docente, en Concepción y alrededores guardo gratos y significativos recuerdos.
Estudié en
una universidad que nos planteó la educación como transformación y en el
penúltimo año trabajamos a Freire quien encausó mis objetivos como docente.
Luego de mi
paso penquista volví a mi natal región de Los Ríos, así mi primera experiencia
laboral remunerada fue en el Valle del Pilmaiquen (Río Bueno), en una escuela unidocente “particular rural”, en
donde uno es algo así como el Sr. Corales, profesora, inspectora, auxiliar,
directora, enfermera, todo lo que fuera
necesario para hacer funcionar la escuela. Trabajé con diez estudiantes de 1º a
6º básico y dos “oyentes” de kínder, una experiencia maravillosa pero llena de
desdicha de lo que hoy denominan “el lucro de la educación”, una escuela sin
recursos por la avaricia de los sostenedores. No te entregaban materiales
básico como tijeras, pegamento o cartulinas para trabajar, una salamandra sin
tiraje para calentar toda una gran sala de clases, sin astillas y con leña
húmeda, en donde cada educando se disputaba con la escuela particular más
cercana por un quintal de harina para la familia o el furgón escolar más nuevo,
pero de preocuparse por la calidad educativa POCO, los estudiantes eran un
número más para la subvención. Mis alumnos eran unos salvajes saltadores de
cercas, recolectores de pinatras, manzanas y flores, ávidos en la técnica de
pasar el barro, como quien en la ciudad chapotea bajo la lluvia. “Nivelar y
transformar” fue la consigna, pero al parecer a mis jefes no les gustó, en
diciembre la carta de despido llegó.
Buscando y
buscando llegué a una gran corporación
“cultural y educacional” subvencionada en Rahue Alto (Osorno), grupos de 40
a 45 estudiantes, dos cursos por nivel y toda la
maquinaria educativa encima, porcentajes de logro, SIMCE, pruebas coorporativas
y la lucha por ser siempre los mejores sin importar el costo. Las lucas buenas
pero el látigo GIGANTE. En este lugar logré reconciliar resultados más
transformación, me empoderé de la expresión “muchos pocos hacen un mucho” y
seguí adelante en la maquina. El segundo año creí, con la convicción de
trabajadora, que ese látigo debía regularse y comenzó la lucha por conformar un
Sindicato, batalla casi más difícil que educar, llegado diciembre todos los que
apoyamos la conformación y no teníamos contrato indefinido fuimos
desvinculados.
Cesante por
sindicalizar a colegas de una gran corporación mi castigo fue tres meses sin
pega, gracias a algunas redes llegué a mi gran objetivo, el sistema público,
aunque era un reemplazo yo estaba feliz… lenguaje, ciencias, taller de apoyo SIMCE,
taller de animación lectora, lo que venía se hacía. Un gran grupo humano pero
con grandes resistencias de los profes históricos, colegas con más de treinta
años en el sistema y a punto de jubilar. En noviembre todo se acabó, nuevamente
cesante con mi pareja decidimos emigrar y buscar nuevos horizontes donde sea y
en lo que fuera.
Primera parada Los Andes, vendiendo zapatos en
una tienda china y luego de asistente de la educación en un colegio particular pagado con media
jornada, sólo alcancé a trabajar un mes ya que a fines de marzo recibí mi
cheque por la mitad del sueldo mínimo, en ese momento sentimientos de indignación
y frustración me hicieron decidir no trabajar más en educación. Gracias a una
amiga de un amigo comencé a trabajar de administrativo (algo así como una
secretaria con labores específicas) en una empresa que realizaba mejoramiento
de viviendas sociales en distintas comunas de Santiago, aprendí muchas cosas
como por ejemplo a moverme a través del Transantiago, a estar en una oficina
sentada trabajando 8 horas frente a un computador, a trabajar con dirigentes
vecinales y también a engrosarle la billetera al representante legal de la
empresa, porque yo realizaba los estados de pago. Si bien es cierto que a fin
de mes el dinero de mi sueldo era similar al que recibía en Puyehue, que
terminado mi horario llegaba a casa sin
pruebas que realizar/revisar y donde podía hacer lo que quisiera los fines de
semana, dentro de mi paradigma de vida no transformaba nada, solo realizábamos
ayudas sociales condicionadas al dinero que el gobierno de turno quería
entregar en este sector de la población. Lo que gatilló la salida de este lugar
fueron dos motivos, primero la vocación docente que se me salía en cualquier
momento, más aún cuando habían niños a mi alrededor y la reflexión de que trabajar
exclusivamente con adultos es mucho más difícil que tener 42 estudiantes de un
colegio vulnerable.
Luego de
este año de pausa decidí que era tiempo de volver a la educación: fueron más de
100 curriculums enviados, cuatro entrevistas y dos clases de prueba. Luego de
eso me llamaron para un reemplazo en Lo Espejo, feliz acepté el desafío,
primera vez que trabajaba en un colegio
particular subvencionado confesional gratuito, en una comuna desconocida para mí. Arribé a
este lugar sin conocer nada sobre él, menos de la historia de la población Las
Turbinas, al paso de un mes en el colegio me di cuenta donde estaba parada,
había llegado al Santiago gris y enrejado: patrullas, allanamientos, pistolas,
cárcel, violencia, muerte, despojo, abandono, esfuerzo, compañerismo, alegría,
comprensión, dedicación y agradecimientos recogí de apoderados, estudiantes y
un grupo selecto de colegas, de los demás y su discurso pechoño aprendí lo
suficiente como para cambiarme.
Ahora
trabajo en un colegio particular pagado
en Providencia en donde su bandera, algo hippie y roja de clase media super
emergente, es transformar la sociedad a través de una educación para la paz,
con pensamiento crítico y una pobreza de recursos dentro de la sala de clases
que asusta. La maquinaria educativa no está instalada, lo cual se agradece
porque permite enfocarse en otros aspectos del ámbito educativo, habilidades
transversales, diversidad, interculturalidad y el estudiante en el aula no como
un resultado de una prueba estandarizada. El ambiente laboral marcado por
historias de vida pre y post dictadura. Solidaridad, diversidad y colaboración
he encontrado en cada uno de mis compañeros de trabajo.
Al leer
acerca de este camino recorrido me queda por conclusión que las problemáticas
de las familias que acceden al sistema educativo trascienden a su nivel
socioeconómico y territorio, algunos buscan que sus hijos/as salgan adelante
con una mejor educación y otros buscan una guardería en donde dejarlos, que les
entreguen modales, contenidos y los contengan emocionalmente.
De los
sostenedores, jefes, corporaciones, representantes o como se les denominen solo
buscan el mejor resultado al menor costo y un compromiso con la institución de
un 110%. Escondiéndose entre el código del trabajo y el estatuto docente,
realizando malas prácticas laborales, gestión deficiente, pagos de sueldo fuera
de plazo y minimizando tus derechos laborales con la manoseada “vocación” y
aprovechándose de un gremio enajenado de su rol como trabajador.
Es así como en esta idas y vueltas por el
territorio, facebook ha sido un nexo con el sur y además con gente muy
divertida y exótica de todos lados. Una de esas personas divertidas y exóticas
publicó en su muro un atractivo afiche que de comentario decía “para no seguir
dando la lata en los carretes tome este taller”, yo sorprendida y aludida lo
abrí inmediatamente, me sentí llamada a asistir y luego de planificar mi
ocupada vida de docente, estudiante de postítulo en Historia, mujer, amante,
dueña de casa, hija, tía, sobrina y provinciana en la capital, el llamado a
asistir se alejó precipitadamente, hasta que a mi memoria se vino una imagen
del verano: yo haciendo un trabajo para el pos título, temerosa le presenté mi
texto a una amiga oriunda de Constitución, que es licenciada y profesora de
historia, para que me diera su opinión. Al cabo de diez minutos me dice: “a ver
está bueno PERO hay un problema de forma y no de fondo”, silencio incómodo y me
explica: “escribes, como se dice popularmente, dos cucharadas y a la papa, y en
Historia eso no está bien”, cuan provinciana en el mundo de la Historia había
sucumbido a la desdicha de una mala evaluación. Entenderán que luego de este
recuerdo significativamente aterrador, volví al afiche, copie el correo, me
arme de valor y aquí estoy.
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